La industria del golf, un sector que aporta más de 2.000 millones de euros a la economía española, ha cambiado radicalmente por la tan traída y llevada crisis, hasta el punto de estar irreconocible.
Pese a no haber sufrido tanto como otras actividades (debido a los turistas de golf extranjeros), la inviabilidad de decenas de nuevos campos ligados a la especulación inmobiliaria, además de las exigencias regulatorias y tecnológicas, han facilitado el auge de nuevos tipos de empresa que están convirtiendo al golf en una industria multifacética.
La preocupación social creciente por el cambio climático, la mayor concienciación de los aficionados por el consumo del agua y las regulaciones legales impuestas a los campos de golf, han propiciado el auge de firmas para el tratamiento eficiente del agua en el campo, pero también para la gestión limpia de los residuos, la mejora de los sistemas de riego e incluso para el bombeo, aireación y empleo eficiente del agua de los lagos del campo.
Los ‘greenkeepers’ (empresas de mantenimiento de espacios abiertos) también se expanden ya que se consideran aspectos que antes no tenían tanta relevancia como el análisis de las características del agua, del suelo o de las deficiencias y enfermedades de las plantas. También florecen las empresas de fabricantes de maquinaria, mobiliario y aparatos especializados, desde vehículos de transporte en el campo hasta mobiliario para escuelas de golf.
No todos los datos son positivos y los efectos de la crisis se han hecho notar. En 2010 había 338.000 federados y en 2016 el número de fichas bajó hasta 273.000. La buena noticia es que la caída se ha frenado en 2017. No obstante, los datos de la RFEG afirman que en 2017 viajaron a España cerca de 1,1 millones de aficionados a jugar al golf. Unas cifras que convierten al nuestro país en el segundo del mundo en recepción de turismo de golf, sólo detrás de EEUU. El resultado de esta abundancia de golfistas extranjeros acabó por hacer crecer el sector.